Cada pieza del baño tiene su historia que es interesante conocer.
Los más actuales son el inodoro y el bidet.El primero fue inventado por un ahijado de la reina Isabel I de Inglaterra;mientras que el origen del bidet se remonta a las Cruzadas, cuando se lo usaba
como anticonceptivo. Napoleón lo popularizó entre los franceses, pero hoy menos
de la mitad tiene uno en su casa. La globalización, le dicen…
EL INODORO
Mientras en el resto del mundo la gente se le sienta encima sin demasiado respeto, los japoneses veneran al inodoro al punto de haber consagrado al 10 de noviembre como el “día del cuarto de baño”. Eso no es todo: el japonés es el único pueblo capaz de hacer cola los fines de semana para visitar el Museo del Inodoro, inaugurado, como no podía ser de otro modo, en la ciudad de Kagawa.
Y no es para menos. En Japón, la mayoría de estos artefactos posee la más alta tecnología. Hasta los más baratos tienen un dispositivo que forra el asiento con una capa de polietileno que, además de prevenir enfermedades, está tibia, lista para que el usuario se sienta como en casa. Con sólo apretar un botón, también rocían desodorante ambientaly los más sofisticados disparan chorros de agua para masajear a los constipados.
Es que Nishioka descubrió que, para enmascarar ruidos desagradables,al igual que muchas mujeres de todo el mundo, las niponas abren la canilla y dejan correr el agua mientras se sientan en el trono.Y el Oto Hime sirve para reproducir fielmente el sonido del agua sin despilfarrar una gota. Su uso se extendió tanto que hoy en día se considera de mala educación que en un baño público una mujer no utilice esta especie de cajita musical a batería.
Pero no fue un japonés el que inventó el inodoro.
Sus orígenes se remontan a la Antigua Grecia. Según registros históricos,los griegos no tenían ningún problema en hacer sus necesidades en público.
Era frecuente que en medio de los banquetes, los esclavos romanos trajeran escupideras de plata para que los nobles las usaran a la vista de todos y luego se siguiera bailando y tomando. El palacio cretense de Knossos tenía cuatro desagües que funcionaban en forma separada y desembocaban en grandes cloacas construidas en piedra.
Escondido en el interior del palacio estaba el inodoro, un recipiente de arcilla con un asiento de madera y un pequeño tanque de agua.
Pero el invento se perdió allá en Creta y recién miles de años más tarde, en el siglo XVI, Sir John Harington inventaría un aparato similar para su madrina, la reina Isabel I, que se jactaba de su limpieza y solía decir que se bañaba una vez por mes “haga falta o no haga falta”.
Sin embargo, muchos se burlaron de este absurdo artilugio y Harington abandonó su carrera como inventor. Nunca más volvió a construir un inodoro, pero él y su madrina usaron religiosamente los suyos.
Hicieron falta doscientos años más para que un tal Alexander Cumming patentara el inodoro que se usa actualmente. Al principio, pocos se animaban a comprar uno, pero las ventas fueron subiendo a medida que se mejoró el diseño y las redes cloacales redujeron las enfermedades, como la de tifus que todavía persistía.
El príncipe Alberto, marido de la reina Victoria, murió de esta enfermedad en 1861. Poco después, el príncipe de Gales perdió a su mayordomo y a un amigo en un brote durante el verano. Las cloacas de la hostería donde se hospedaban habían contaminado el agua y el problema fue corregido por un plomero. Muy agradecido, el propio príncipe, confesó: “si no fuera príncipe, sería plomero”. Y se convirtió en un ferviente impulsor del inodoro de “interior”,construido dentro de las viviendas y no en un patio, como se acostumbraba.