La ducha proporciona un masaje a las terminaciones nerviosas de nuestro organismo y según  la temperatura del agua, puede producir un efecto relajante o estimulante
Por la mañana, una ducha un poco templada y con un chorro potente, nos ayudará a despejarnos. Conviene finalizar la ducha con agua fría dirigida a los tobillos, porque activará la circulación de las piernas disminuyendo la hinchazón.
En cambio, por la noche, un chorro de agua suave y más calentita, que se desliza a lo largo de la espalda, nos ayudará a relajarnos para conciliar un sueño placentero.
Eso si,en la ducha diaria debes utilizar jabones suaves que no alteren el ph de la piel. Actualmente hay varios tipos de jabones: sólidos, geles, líquidos, cremosos, espumosos… El origen de todos está en el jabón clásico, elaborado con una mezcla de cuerpos grasos y sosa cáustica, que resulta un tanto desecante. Los jabones modernos incorporan sustancias suavizantes y nutritivas como el aceite de almendras o la glicerina.
Al terminar la ducha nunca dejes de hidratar la piel. Desde el punto de vista dermatológico, una piel hidratada es aquella cuya superficie es lisa, continua, flexible y satinada; al tacto es suave y, al pellizcarla, se nota que es firme y elástica.
La utilización diaria de una crema hidratante debe ser un hábito ineludible desde la adolescencia; no sólo contrarrestra la sequedad producida por causas externas e internas, sino que además restablece la película protectora de la piel que inevitablemente se pierde en la ducha diaria.
Las normas de higiene deben ser inculcadas desde la infancia, para que se conviertan en un hábito natural el resto de la vida, porque forman parte de la educación y del respeto al prójimo.