Dejemos que los niños sean niños, que jueguen, que empapen todo el baño, que hagan espuma hasta que casi ni se les vea, (siempre con seguridad y vigilados por un responsable, por supuesto), por lo menos una vez en la vida, esa vez que ellos y nosotros recordaran siempre, porque una vez que nos hacemos grandes, nos olvidamos lo que significaba jugar a cualquier hora.
Hagamos un trato: empecemos a ser un poco más niños y a disfrutar de los baños o duchas como cuando no teníamos prisa, como cuando no teníamos que trabajar tanto y lo único que nos preocupaba era no enfadar a los mayores.
¿Quien quiere una guerra de esponjas?